top of page

FUIMOS BUDAPEST A sus veinticuatro años Nayra seguía dudando. Todavía no tenía nada claro si realmente se sentía identificada con el sexo y, consecuentemente, el género que se le habían asignado al nacer. Por aquel entonces se había probado e ideado de todo: había cambiado su forma de vestir infinidad de veces; durante una temporada pidió a su grupo de amigos más próximo que le llamaran Arián en vez de Nayra, pues quería probar qué impresión le causaba; también estuvo hablando con su médico para conocer las posibilidades de realizar un tratamiento hormonal; e incluso llegó a informarse seriamente sobre lo procesos quirúrgicos de cambio de sexo; a veces deseaba poder tener un pene y testículos en vez de una vulva y ovarios. A pesar de haber conseguido explicar su conflicto a varios buenos amigos, nunca se habla dado el momento de acudir a aclararse y comprenderse de la mano de un profesional. Eso sí: había leído mucho por Internet, pero seguía sin llegar a una conclusión que le convenciera. Por otro lado estaba su familia, a la que quería mucho, pero con quienes simplemente nunca vio oportuno comentar sus dilemas. Se sentía perdida, ¿o perdido? No lo sabía. Solo tenía muy claro que necesitaba salir, cambiar de aires, verse a sí misma, ¿o mismo?, en un lugar diferente a Madrid; reflexionar. Echó un vistazo al mapamundi en el que iba marcando con chinchetas de colores aquellos lugares que iba teniendo la suerte de visitar. Sus ojos recorrieron capitales lejanas degustando un viaje de características extracontinentales, aunque sabía que no disponía del presupuesto suficiente para algo semejante. A pesar de ello, quería algo distinto, algo más exótico que sus últimos viajes a París o a Londres. Bruselas, Ámsterdam, Berlín, Berna, Viena, Praga… ¡ya lo tenía! Budapest, Hungría. Disponía de una semana de vacaciones por Semana Santa. Y así, sin dudarlo un segundo compró un billete de avión y el mismo día veinticinco de marzo estaba volando a esa ciudad que se hacía llamar la perla del Danubio. Durante el vuelo en avión, al mirar por la ventanilla y ver una maravillosa escena de nubes dispersas en pedacitos y cientos de campos poligonales formando un mosaico abajo en la tierra, sintió ganas de sacar una foto, pero recordó que ella, o él, también había tomado la decisión de dejar de llevar el móvil consigo continuamente a todas partes, uniéndose al nuevo movimiento antitecnópata #memuevosinmóvil de hacía un año. Por ello, ni siquiera llevaba el móvil en la mochila de mano, sino que lo había guardado en la mochila grande que facturó y se encontraba en la bodega. La primera mañana en la Budapest, mientras paseaba junto a un pequeño lago de la isla Margaret, allí, en medio del Danubio se le ocurrió una idea tan inusual como excitante: durante su estancia en la capital húngara, simularía un reencuentro consigo misma o mismo en forma de romance. ¡Sí! Ella o él haría de Nayra y de Arián, esas dos identidades entre las que había sentido encontrarse en tantas ocasiones. Gracias a su buena imaginación, de esa forma, mantendría diálogos con su “otro” él o ella, pudiendo así obtener una nueva perspectiva sobre sí misma o mismo. ¡Tenía que probar! La historia trataría de que ambos se enamorarían y decidirían volver a verse unos días después, tras su vuelta a Madrid, en la misma estación de tren en la que comenzó el viaje. Al final, quería ver si algo había cambiado en la percepción que Nayra o Arián tenía de sí misma o mismo. Así disfrutaron Nayra y Arián recorriendo Budapest durante aquellos días. Al final ambos acordaron volver a verse en Atocha. De vuelta en Madrid, después de unos días, Nayra o Arián, a pesar de saber que podía ser un poco extraño, decidió continuar con el juego y acudir a la cita. Cuando llegó a la estación a la hora acordad, se sentó en uno de los bancos de colores de fuera. En un momento dado, mirando a la gente pasar, pensando su viaje, rememorando distintos momento de su vida, llegó un momento en el que todo lo que llevaba dentro en el pecho empezó a brotar en lágrimas. Entonces decidió ir al servicio de la estación para echarse un poco de agua en la cara. Mientras el agua del grifo se mezclaba con el agua salda que había humedecido su rostro unos minutos antes, al levantar la cabeza se quedó mirándose fijamente al espejo. Y entonces sonrío; por fin comprendía. Tal vez el viaje sí que sirvió definitivamente. Lo comprendía perfectamente y se aceptaba de esa forma. Abrazaba, simplemente, el hecho de ser una persona de género fluido. Desde aquel día, elle decidió asignarse un nuevo nombre: Budapest, hombre y mujer, los dos o ninguno. Además, tomo la decisión de tratar de hacer todo cuanto estuviera en su mano por ayudar a personas que se encontraran en la situación en la que elle se había encontrado, a resolver sus duda y toda la incertidumbre que conlleva el no encajar, el parecer que no tienes un sitio claro entre las personas con las que vives. Una año después, continuando con su propósito, Budapest escribió un relato sobre aquella experiencia que vivió en esa ciudad cuyo nombre ahora compartía. Elle contó su historia de esta manera: «Fue en Budapest un veintiséis de marzo del año dos mil veintinueve donde, merodeando por la emblemática isla Margaret que parte el Danubio en dos a la altura de la capital húngara se cruzaron Nayra y Arián. Caminando junto al pequeño lago de un jardín que se encontraba en el centro de la isla, pasaron tan de cerca el uno del otro que sintieron necesario un sutil saludo a pesar de ser completos extraños. Pero, ¿cómo? Los dos breves holas que sonaron eran evidentemente algo exóticos en una capital del este de Europa. Entonces ambos se giraron y, mirándose con sorpresa y curiosidad preguntaron al unísono: ¿de dónde eres? Ni él ni ella esperaban encontrarse con otra persona de Madrid durante un viaje de una semana a Budapest. Pero menos aún que esa persona fuera alguien de su misma edad, que compartiera casi todos sus gustos y que se encontrara, también, a punto de vivir el romance más mágico y emocionante de su vida con alguien que acababa de conocer. Así consumieron la semana, como dos flâneurs enamorándose de la ciudad tanto como el uno del otro. Se contaron sus vidas, charlaron de todo lo que se les iba ocurriendo y no dudaron en citarse lo antes posible tras su vuelta a Madrid. El día acordado, Arián, impaciente, se plantó en la puerta de la estación de Atocha con dos horas de antelación. Allí habían quedado a las ocho de la tarde, pues ambos habían dejado de usar sus smartphones el año anterior, sumándose así al reciente radical movimiento antitecnópata #memuevosinmóvil surgido en dos mil veintiocho. Trece minutos después de las ocho, Nayra, tras bajarse del cercanías, corría hacia la puerta de la estación con miedo de que Arián ya no estuviera ahí. Dos minutos antes, a las ocho y once, Arián, inquieto y sudoroso, había decidido ir rápidamente al baño a darse algo de agua en la cara. En esto, a las ocho y catorce minutos, al pasar junto a los servicios, decidió Nayra arriesgar un minuto más y entrar al aseo para refrescarse y tomar aire mirándose al espejo. Entonces, Arián, cuatro minutos después de haber corrido al servicio, elevó su cara desde el lavabo y se miró al espejo. En ese mismo instante, a las ocho y cuarto en punto, se erguía también Nayra frente al espejo tras aguarse la cara. El juego había terminado y definitivamente lo tenía claro. El viaje a Budapest y todo aquel romance imaginario entre Nayra y Arián… Su idea de fingir ser dos personas distintas le había por fín hecho comprender. No necesitaba un él ni un ella, le bastaba con un ellos y se identificaban, finalmente, consigo mismos como persona de género no fluido».

bottom of page