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REVELACIÓN DE UNA DIFERENCIA

 

       Hoy estoy expectante de una revelación de mi ser.

 

       Y así, esperando, me siento a sentir mi ambigua extrañeza.

       Pienso que, en un ser tan peculiar, se encuentran peculiaridades innombrables.

    La de este humano que soy es la disidencia enigmática más engorrosa del último milenio. Su distinción puede incluso hacerse respecto a todos los demás seres vivos, porque este ser no es biológico sino biilógico, es decir, doblemente ilógico. Y, los seres vivos, bien se sabe que ilógicos no son.

    Y, de hecho, la mayor rareza que me compone es el mismo hecho de creer que me compone una rareza.

 

       Y así espero, hoy, una revelación.

MAR DE OTRO MUNDO Frente a mí, el mar se ve morado; casi rosa, reflejando el cielo sobre sí. Y es un mar que parece de otro mundo. [Yo, sentado en un banco, escribo un poema. Tres amigos, colmo de lo absurdo, se sacan juntos un selfie los tres al mismo tiempo y cada cual con su propio móvil. Cruzan corredores haciendo deporte ahora que cae el día. También hay gente que pasea. Media luna se ha dejado ver ya.] Una superficie que podría ser nevada, cubriendo un horizonte antártico de un tonoque habrían pintado copos de nieve de espuma violeta. [Estaciona el tren detrás de mí, pues junto al mar se construyeron sus vías. Recuerdo que no tengo unas zapatillas de correr aquí, y yo quisiera correr ahora. Tampoco tengo perro, y hay gente que por aquí pasea al suyo. Además, con los pies llenos de arena va a ser un peñazo ponerme las chanclas. Un tipo lleva rato dentro del agua; no parece saber nadar muy bien. ¡Qué a gusto estoy aquí sentado! Otra señora pasa con su perro; u otro perro con su señora. ¡Menuda temperatura hace! ¡Tan agradable!] El mar ha vuelto a su ser; ha vuelto a ser de este mundo. En unas horas será completamente negro; tal vez con algunos brillos blancos que le llegarán desde el sol y que, rebotando en la luna, esta los pintará lo mejor que pueda sobre el lienzo fluido de agua salada. [El tipo sigue chapoteando dentro del agua. Pero cada vez se aleja más de la orilla; espero que no se esté ahogando. Yo me levanto del banco y lo paso mal poniéndome las chanclas con los pies arenosos. Luego me marcho.]

EN BUSCA DE LA LOCURA PERDIDA

     

     ¿Érase? No lo hay hoy. Esta historia es: transcurre y ocurre aquí y ahora. ¿Cómo? Vea usted: ¡atención! Para comenzar, nos presento: le presento a usted mismo/a y me presento a mí. A continuación, le prevengo: el relato venidero va a ocurrir gracias a su imaginario y su emocionalidad. De modo que le ruego una actitud expectante y curiosa, dejar fluir sus emociones y permitirse sorprenderse.

     Yo a usted no le conozco ni usted tampoco a mí. Pero como partícipes de esta historia, vamos a relacionarnos durante su transcurso y alcanzar, tal vez, un punto en el que nuestras psiques mismas se hagan uno. Entonces, ¡manos a la obra! ¿Siente ya algo de intriga usted, bello espécimen lector? En cualquier caso, le advertiría de que no dejara usted de leer. Casi que le exigiría seguir. Y a usted me dirijo, sí. ¿Qué le parece este tono? ¿Le parezco, tal vez, educadamente insolente? ¿Estoy, acaso, burlándome de usted? ¿Me estaré mofando? No, no, consciente humano lector. No se le pase, por favor, tal idea por su loca testa. Mas lo sé, bien lo sé: maldita mente esta la nuestra, que tan difícil nos es que pare quieta. Ahora, sutil entidad lectora, me revelo: espero no se haya desquiciado ya, solo trato de que me conozca, y ojalá no haber empezado con mal pie, dado que no quería más que atraer su atención. ¡Pero he de seguir atrayéndola! Me las habré de ingeniar aún con mayor ingenioso genio.

     No obstante, pensándolo bien, cambiemos de ritmo ya, que ni yo mismo me quiero seguir oyendo escribir con tanta intensidad. Y, es que, ¿no le ocurre a usted también? Nadie puede librarse de escuchar cada palabra que redacta al mismo tiempo resonar en su cabeza. Estaremos malhechos, curioso organismo lector, pero no hay problema; no lo hay. Ahora, ¿cómo se siente ahora? ¿Va comprendiendo de qué va esto?
     —¿¡Qué clase de historia es esta!? —se pregunte tal vez, mientras ciñe su ceño ante un relato tal.
     ¿Y usted me lo pregunta? ¡Esta historia se trata de usted! ¡De usted y yo! Aunque, tras este guirigay que estamos narrando, entenderé su decisión de dejarse sorprender nada más. ¡Porque cualquier cosa cabría esperarse! ¿No es cierto, inquieto ser lector? Sin embargo, sé que ya vamos conociéndonos mejor. Mas tal vez siga usted al acecho de la historia prometida, con su planteamiento, nudo y desenlace. Pero, cuestióneselo, atento individuo lector: ¿acaso no sea esto mismo parte de toda la trama? ¿Acaso no se halle el relato en proceso ya? ¿No estará usted, hábil persona lectora, siendo un personaje mismo de la trama que se está dando conforme lee estás líneas? Podríamos, entonces, bautizar a esta como una narración en cuatro dimensiones. Ya no son solo el ancho y largo de la página, y la tinta esparcida en forma de letras sobre ella. Es, usted también, cómplice de los acontecimientos de esta historia. Ambos somos personajes: usted y yo a solas, nadie más.

     Y puede que se esté esclareciendo en su mente ya idea sobre mi inquietante intención de atraerle y seducirle. De afianzar un vínculo de espiritual amor literario. Bello esto, ¿verdad, maravilla lectora de ti? Y qué íntimo se está esto tornado…, amada lindura que me lees. Fíjate, no más, en qué términos tan afectivos utilizo al dirigirme a ti, tuteándote incluso. ¿Atractivo? ¿Romántico acaso? Espero al menos no estar haciéndote sentir incómoda vergüenza; no es mi intención, precioso ser de este mundo. ¡Mas déjate halagar! ¡Halaguémonos! ¡Querámonos más! ¡Viva y no muera el amor! En resumen, hermosa criatura lectora: te quiero; sí, pero reconozco poder estar creándote seria incomodidad ante tan intensa, privada y persuasiva sinceridad. ¡Así que… lo sé, romperé el hielo, te haré reír!

     Introduciré entonces un nuevo personaje en esta historia, lo cual dará algo más de salsa al asunto… Oh là là! Une affaire à trois! Bromeo, salvaje animal lector, bromeo. Pues ni usted ni yo podríamos enrollarnos con este nuevo personaje que introduzco: nada más y nada menos que el cuaderno en el que escribo estas líneas. Raro sería, ¿verdad, simio lector? Dos Homo sapiens y un Cuadernus acuadrus, ¡estaríamos infringiendo la ley natural! ¡Se habrá visto tal barbarie! ¡Esto Charles Darwin no lo vio venir! En cualquier caso, genios aparte, preguntémosle al cuaderno sobre su parecer respecto a aparecer en esta historia nuestra:
     —¿Cuaderno, cuál es tu sentir respecto a estar siendo marcado con estas palabras? —le pregunto.
     —Mancillado siendo estoy —responde él tan cortante.
     —Vamos, cuaderno, que se trataba de una broma, no vayas tan de solemne. Esto, mira; no son más que tatuajes sobre tu piel blanca y suave, ¡tómatelo así! —trato de hacerle entrar en razón. 
     —Mi piel tatuar nunca yo quise —sigue él tan regañón.
     —Vale, cuaderno… ¡Gran tozudo eres! —le suelto entonces yo con sorna. 
     —¿Acaso mi hablar imitar intentas? —me dice ya un tanto mosqueado.
     —Que un rayo me cayere si algún día tal cosa yo hiciere —continúo y me mofo yo. 
    —Veo poco que hacer yo pueda —responde finalmente el cuaderno con indignación—. Tatúame, pues, sin que me duela —se queja resignado ya.
     —Gracias, cuaderno —cierro con una breve respuesta.

     

     Pero… ¡Oh, no, no! ¿¡Qué he hecho, qué he hecho!? ¿Sigue usted ahí, imprescindible elemento lector? Dé respuesta, por favor. ¡Dé respuesta! Lamento haberle excluido del diálogo con C. acuadrus. Tan solo quería amenizar esta historia. ¡Desfallezca yo de haber perdido su interés por mí ahora! Oh sublime ente lector, lo siento, por favor. ¡Me arrepiento, me arrepiento! ¿Qué puedo hacer por usted? Evocaré aquello que me pida, ¡lo que pida! Si quiere, pongo al sol calentando su piel, mientras siente el peso de su cuerpo sobre un campo de hierba recién cortada. Le haré recordar las flores de atrevidos colores en primavera y el sentir del viento limpio y tibio tras la tormenta. ¿Qué más quiere? ¿Qué más? Tal vez le pueda perfumar con la fragancia de aquella persona que hizo a su corazón bombear sangre a raudales y a su mente obnubilarse. ¡Lo que desee, lo que quiera! Puedo hacer que sus papilas suden rememorando el sabor de aquella delicia que probó y probaría mil veces. O que sus pupilas revean aquel atardecer estupefactor. Y, hasta si lo deseara, me atrevería a hacer que sus sentidos reviviesen el olor, gusto, tacto, oído y visión de su más erótico encuentro pasional. ¿Le vale ya? ¿¡Le sirve esto!?

     En cualquier caso, sepa usted que mi intención primordial no era más que crear un entorno de confianza pura entre nosotros. Pero, ¿y si no estuviera funcionando? ¿Y si fuera esto un absurdo tejemaneje? ¿Estarémos perdiendo la cabeza? No sé. ¡De todo ha de haber: locos y no locos! Locos de atar y locos de amor. ¿Lo seamos, tal vez, usted y yo? En cualquier caso, sepa usted que, si el relato no funciona, no habrá solo sido a causa de mi espantosa locura. Pues como bien le he explicado antes, es usted también personaje de esta historia, cómplice de los acontecimientos y que, si hemos llegado hasta aquí, será porque aceptó, al seguir leyendo, encarnar este rol experimentador de literatura en cuatro dimensiones; siendo víctima de un encantamiento literario, en el cual usted, sujeto lector, ha ido introduciéndose mediante la lectura de estas páginas. ¿O no le convence, insatisfecho ser lector? ¿¡Acaso no le convence que me haya dejado la piel en este temido manuscrito!? ¿¡O que mis manos de tinta hayan ennegrecido?! ¡¡Ni siquiera que mis ojos cansados de sus órbitas se hayan caído!! ¡¡Usted; oiga usted!! No se atreva a dejarme… ¡No ahora! Por favor, lea… ¡¡Lea que es este el mismo clímax, la culminación, el punto de intriga máximo!! Lea y satisfágase, pues, si no, habré fracasado en mi tarea de ponerle a punto para un inesperadamente sublime final.

     Y he aquí su gran remate: lo que está usted leyendo ahora mismo. Espero no haberle decepcionado; se me ha ocurrido un final inesperado. O sea, el que no haya final alguno, y que esto mismo que está aquí escrito se trate del venerado final. Y lo que encuentre de aquí en adelante no serán más que frases al azar y sin sentido que habré escrito para que no parezca el final tan aburrido. Mas siga, siga leyendo: el rey atragantó la pelota para firmar un tratado de amistad entre mi hermano y un tecnicismo de una flor. Me gusto mucho en mecatrónica. ¿Qué fue poesía? Te he asustado, ¿eh? Volvamos al tuteo y la cordura: he aquí mi final: soy Divad y esta es la historia de un comienzo. Es el inicio de mi atrevimiento y de mi rebeldía. Acudí a un curso de escritura creativa con la ilusión de recibir un pequeño impulso sobre mi faceta escritural. Y este es, ahora sí, sin engaños, el final de esta ambigua historia que usted y yo hemos ido entramando. Espero que fuera inesperado y digno de satisfacer a los curiosos ojos que me leen. Así que, a ellos, gracias por leerme, pues bien grato es para mí escribirles.

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